sábado, 13 de junio de 2015

Notas Críticas sobre el Capital Humano 7.

En esta oportunidad, presento la cuarta parte de la traducción de un artículo titulado "Human Capital Theory: A Holistic Criticism", cuyo autor es Emrullah Tan, un candidato doctoral de la University of Exeter en el Reino Unido. El artículo fue publicado en septiembre de 2014 en la revista Review of Educational Research, de la American Educational Research Association. (Tan, E., (2014) Human capital theory: a holistic criticism, Review of Education Research 84(3), 411-445, doi: 10.3102/0034654314532696)

En esta cuarta entrega, el artículo expone las críticas morales a la teoría del Capital Humano. Para ver las demás entradas que he publicado sobre este tema, hacer click:
http://ivan-salinas.blogspot.com/2013/02/notas-criticas-sobre-el-capital-humano-1.html
http://ivan-salinas.blogspot.com/2015/02/notas-criticas-sobre-el-capital-humano-2.html
http://ivan-salinas.blogspot.com/2015/02/notas-criticas-sobre-el-capital-humano-3.html
http://ivan-salinas.blogspot.com/2015/02/notas-criticas-sobre-el-capital-humano-4.html
http://ivan-salinas.blogspot.com/2015/06/notas-criticas-sobre-el-capital-humano-5.html
http://ivan-salinas.blogspot.com/2015/06/notas-criticas-sobre-el-capital-humano-6.html



Críticas Morales
El aspecto moral de la TCH es más bien controversial y la controversia se origina a partir del significado que la escuela neoclásica de pensamiento le atribuye a los seres humanos y el marco referencial con el cual esta tradición intelectual analiza los actos y objetivos humanos. En ese sentido, la idea de capital humano ha sido vehementemente criticada y algunas veces sarcásticamente referida como ganado humano. Esta sección explorará las críticas morales a la TCH y está organizada principalmente en torno a la representación de capital humano de Foucault.
Primero que todo, sería apropiado disectar la TCH en sus componentes básicos. Foucault (1979) argumenta que el capital humano representa dos procesos intelectuales interrelacionados: “uno que podríamos llamar la extensión del análisis económico hacia un dominio previamente inexplorado, y segundo, en base a ello, la posibilidad de darle una interpretación estrictamente económica a un dominio completo que antes se pensaba como no-económico” (p. 129). Tradicionalmente, los insumos de producción, en el análisis clásico, eran la tierra, capital, y fuerza de trabajo referida al número de trabajadores y horas. Un trabajador o trabajadora era visto simplemente como una persona de intercambio que vende su fuerza de trabajo y renuncia a una cantidad específica de tiempo propio a cambio de un salario determinado por el mercado en un tiempo dado. Sin embargo, en la TCH, el individuo es considerado una empresa que asigna sus escasos medios (tiempo, fuerza de trabajo) para maximizar utilidades. Por lo tanto, la TCH considera a los seres humanos como sujetos económicamente activos en oposición a la visión tradicional que considera a los seres humanos como objetos-los objetos de la oferta y demanda en la forma de fuerza de trabajo (Foucault, 1979). Esta es la primera novedad que la TCH introdujo: un desplazamiento desde la fuerza de trabajo hacia una empresa activa. El segundo de los dos procesos es que ningún dominio de la vida humana está exento de la economía, a diferencia de las visiones tradicionales cuyos intereses únicos estaban confinados a las esferas de los negocios. De hecho, esta fue la diferencia entre las aproximaciones de M. Friedman y Becker. Friedman usó la racionalidad económica e interés propio (egoísmo) solo en negocios o contextos de mercado, mientras Becker pensó que no solo las actividades económicas, sino que cualquier tipo de comportamiento humano podría ser analizado dentro del marco del cálculo de maximización de utilidades (McKenzie, 2010). Es decir, para Becker, la vida humana completa era un contexto de mercado incluyendo el afecto que una madre muestra a sus hijos. Becker (1960) escribió que:
los niños son una fuente de ingreso mental o satisfacción, y, en la terminología del economista, los niños serían considerados un bien de consumo … Como  consumidores durables, se asume que los niños proveerán utilidades … Llamaré niños caros a los niños de más alta calidad, tal como los Cadillacs son llamados automóviles de mayor calidad que los Chevrolet. Para evitar cualquier malentendido, deje asegurarme de agregar que la más alta calidad no significa la moralmente mejor. Si más se gasta voluntariamente en un niño que en otro, es porque los padres obtienen utilidades adicionales a partir del gasto adicional. (pp. 210-211)
Este entendimiento está tan profundamente grabado en la aproximación neoclásica que los temas religiosos tampoco son inmunes a este cálculo de utilidad. Por ejemplo, Azzi y Ehrenberg (1975) estudiaron la religiosidad y trataron los comportamientos religiosos como inversiones para después de la vida. En este estudio, las conductas religiosas se consideraron como actividades de producción para generar retornos esperados para el consumo después de la vida. Además, intentaron cuantificar las actividades religiosas basándose en un modelo llamado la función de beneficio-producción-para después de la vida. Aún más, Iannaccone (1998) postuló que el motivo detrás de un cambio de religión es el mismo que el de un cambio de empleo y que “tenderá a ocurrir tempranamente en el ciclo de vida a medida que las personas buscan el mejor ajuste entre sus habilidades … A lo largo del tiempo, las ganancias obtenidas de un nuevo cambio disminuyen … mientras los costos de cambiarse se incrementan” (p. 1481).
Puede decirse que el homo economicus es una persona no-moral, sino inmoral. Esta persona siempre desea maximizar su utilidad en un conjunto determinado de restricciones. En términos de moralidad, la palabra clave acá es restricciones. ¿Cuáles son estas restricciones? ¿Son restricciones morales, éticas, sociales, o políticas? La respuesta es no. Cuando los economistas neoclásicos usaron la palabra restricciones, ellos simplemente se referían a tiempo, dinero, e información. Es decir, el homo economicus es una persona que no tiene ninguna limitación ni preocupación aparte de las de carácter económico.
¿Cuál es el lenguaje del homo economicus? Es el lenguaje de la economía: beneficio, costo, inversión, riesgo, etcétera. Por ejemplo, si esta persona económica no asesina a alguien, no es porque sea moral, sino porque el costo del homicidio es tan grande y el riesgo no vale la pena en muchas ocasiones. Esto es decir, el homicidio no es algo detestable en el sentido moral, sino que es una inversión muy riesgosa en el sentido económico. En esta conexión, Becker, el teórico del capital humano, señala que “algunas personas se convierten en ‘criminales’ por lo tanto, no porque su motivación básica difiere de la de otras personas, sino porque sus beneficios y costos difieren” (Becker & Landes, 1974, p. 9).
Foucault (1979) apunta a esta mentalidad calculadora y argumenta que en la TCH, los seres humanos son puramente identificados con el homo economicus. En esta mentalidad, cada ser humano se considera “un empresario de sí mismo, siendo él mismo su propio capital, siendo él mismo su propio productor, siendo él mismo su fuente de ganancias” (p. 226). Para Foucault, la TCH percibe a los seres humanos como una máquina para la producción de un ingreso (Dilts, 2011). Cualquier actividad que incrementa la capacidad de ganar más, desde la adquisición de conocimiento hasta blanquear sus dientes, es una inversión en capital humano (Read, 2009). La migración, por ejemplo, es una inversión en capital humano porque tiene elementos de inversión y costos en ella. Estos elementos son que los inmigrantes no ganarán nada mientras se mueven de un país a otro y una pérdida de ganancias hasta que encuentren un empleo, y costos psicológicos. Estos elementos negativos indican que la migración es un costo. Sin embargo, este costo se contrasta con una mayor remuneración, un empleo estable, buenos servicios médicos y educativos en el estado al que se migró, etcétera. Por esta razón, como lo señala Foucault (1979), “la migración es una inversión; el migrante es un inversionista. Es un emprendedor de sí mismo que incurre en gastos mediante la inversión para obtener algún tipo de mejora” (p. 230). Como resultado, una vez que se estudia la movilidad de una población en busca de un ingreso con el marco de una inversión, el fenómeno de la migración se retrotrae automáticamente al análisis económico. Consecuentemente, los inmigrantes son vistos como empresas individuales que se embarcan en una travesía para explorar posibles formas de maximizar sus utilidades a través de el cruce de un país a otro.
Este modo de pensamiento descansa principalmente en la abarcadora dicotomía, consumo-producción, y cualquier acto humano se ubicaría en cualquiera de estas categorías. Todo tipo de conductas individuales son evaluadas bajo la formación de capital humano. Incluso el consumo en sí mismo se ve como una actividad emprendedora que resultará en beneficios futuros (Bröckling, 2011). Para esta aproximación económica, el consumo no es un proceso simple de intercambio en el cual un producto se obtiene a cambio de dinero. A diferencia de eso, el consumo en sí mismo es un proceso de producción y el consumidor es un productor al mismo tiempo. “¿Qué es lo que produce? Bien, en simple, produce su propia satisfacción” (Foucault, 1979, p. 226).
La raíz de esta comprensión puede trazarse hasta la definición de ser humano en la economía neoclásica. Como se mencionaba anteriormente, en esta aproximación “el hombre es siempre un maximizador de utilidades” (Stigler, 1982, citado en Bentara, 2009). Es decir, cuando los seres humanos toman un curso de acción, puede solo ser explicado por la utilidad. Ya sea que los individuos estén conscientes o no, lo expresen de manera verbal explícita o no, siempre quieren incrementar sus utilidades. No es sorpresa que esta comprensión llevará finalmente a la conclusión no es un medio sino el fin en sí mismo. La libertad, en esta visión motivada por la utilidad, es equivalente a la elección y consecuentemente la libertad no es más que una experiencia de elección entre distintos canastos de bienes y servicios, difiriendo solo en los retornos que generan (Dilts, 2011; Read, 2009). Esta perspectiva ha atraído severas críticas dado que el individuo, en esta aproximación, es una máquina cuyo fin último es producir (o bien obtener), tantas utilidades como éste pueda. A saber, el individuo no es más que una cosa que produce un fin más bien instrumental que teleológico (Dilts, 2011). Para los críticos (Hyslop-Margison & Sears, 2006), esta comprensión instrumental basada en la asignación óptima de recursos escasos para fines alternativos es más bien deshumanizante. Es deshumanizante porque, en esta mentalidad, las conductas humanas son puramente motivadas por la utilidad y los seres humanos son degradados a criaturas robóticas disociadas de sus espíritus. Aunque es verdad que la TCH enfatiza mucho la importancia del ser humano y pone al individuo en el centro, pero lo hace con un motivo diferente, a decir con preocupaciones completamente instrumentales, sin prestar atención a fines teleológicos.
Segundo, Foucault (1979) argumentó que el modelo económico neoclásico es problemático, no solo en su descripción del ser humano como un homo economicus, sino también en su aproximación prescriptiva que busca hacer seres humanos más gobernables. En su explicación, el ser humano concebido por la TCH es alguien “que responde sistemáticamente a las modificaciones en la variables del ambiente, aparece precisamente como alguien que es manejable … El homo economicus es alguien es es conspicuamente gobernable” (p. 270). Sin embargo, esta gobernabilidad no recae ya en los derechos y leyes, sino en los intereses, inversiones y competencia (Read, 2009). Foucault lo ve como un desplazamiento desde el homo juridicus, el sujeto legal del estado, al homo economicus, el sujeto económico del estado que está estructurado por diferentes motivaciones y gobernado por diferentes principios. Tal como está postulado por la TCH (transitividad: consistencia), el corazón de este modelo económico es que los individuos reaccionen a la realidad en una forma no aleatoria y por lo tanto cualquier conducta que responda sistemáticamente a las modificaciones debe ser sujeto de un análisis económico. En este análisis, un acto racional es cualquier acto que es sensible a las modificaciones en las variables y la persona racional es alguien que responde a estas modificaciones en una manera no aleatoria, es decir, de forma sistemática. Esto significa que el homo economicus es alguien que acepta la realidad y reacciona a ella de forma consistente. Por lo tanto, dice Foucault (1979) la economía puede ser definida como la ciencia de la naturaleza sistemática de respuestas a variables ambientales. Estas respuestas pueden examinarse a través de técnicas de conducta y estas técnicas
no consisten en analizar el significado de los diferentes tipos de conducta, sino simplemente en mirar cómo, a través de mecanismos de refuerzo, una obra dada de estímulos implica respuestas cuya naturaleza sistemática puede ser observada y en la base de éstas otras variables de comportamiento puede ser introducidas. (Foucault, 1979, p. 272)
A partir de esto, puede deducirse que el homo economicus no es solo un maximizador racional de utilidades, sino también una persona maleable (Burchell, Gordon, & Miller, 1991). Como resultado, el homo economicus es alguien cuyas conductas son moldeables por conveniencia (Rose, 1999).
En línea con este argumento, se afirma que, en la aproximación neoclásica, los individuos son vistos como robots que responden a estímulos y la tarea de la economía es no solo analizar la racionalidad interna de las conductas individuales, sino también crear una programación estratégica de sus actividades (Foucault, 1979) y manipularles de tal forma que reaccionen a estímulos de una manera predecible. Esto, en consecuencia, incrementará la gobernabilidad de los sujetos (Read, 2009). Así, la representación del ser humano en la TCH converge con la de la aproximación conductista: todos los comportamientos se adquieren a través de condicionantes y los comportamientos pueden ser observados, medidos, y modificados por medio de la modificación del ambiente. Esta comprensión (títeres que responden a los estímulos) consecuentemente llevará a “la cosificación del [ser humano]” (Ewald, 2012, en una conversación con Becker).
Sin embargo, los defensores de la teoría tienen visiones diametralmente opuestas. Por ejemplo, Becker (2012) argumenta que la economía es la ciencia de la eficiencia y que el problema exacto que la TCH destaca es una subinversión en los humanos. Es obvio que son las personas pobres y en desventaja quienes se ven más severamente afectados por esa subinversión. Lo que la TCH destaca es que el desprecio por esta parte de la población no es solo inequitativo, sino también económicamente ineficiente. La TCH subraya las consecuencias de estas políticas de inversión insuficientes e intenta proveer una solución a ellas. Al hacerlo, dice Becker (2012), la TCH plantea al individuo en el centro de su análisis. Sin embargo, también les recuerda que “si desertas de la escolaridad, es muy probable que estés destinado al desempleo, a tener bajos ingresos, y a tener una salud pobre” (p. 18). La TCH demuestra varias formas de superar estos problemas, y los individuos no están solos en este proceso, sino que son motivados por las políticas orientadas por el capital humano. Por esta razón, en la TCH, los individuos están “al centro, en vez de ser los instrumentos de lo que otros están haciendo” (p. 18). Becker (2012) además sostiene que es un punto de vista más bien inspirador que uno degradante o humillante. En paralelo a la opinión de Becker, Goodwin (2003) también apunta que aunque esta aproximación económica es acusada de tener efectos deshumanizantes, el término capital humano ha sido una fuerza potente para paliar efectos incluso más deshumanizantes mediante la inversión en los individuos y sus habilidades.
Argumentos similares fueron desarrollados también por los tempranos teóricos del capital humano. Como se mencionó anteriormente, en la década de 1950, el argumento sobre la esclavitud estaba aún presente en los Estados Unidos. Se alegaba que el término capital humano suscitaba la idea de que los seres humanos era como esclavos o maquinaria. Uno de los fundadores de la TCH, Schultz (1961) respondió que el término capital humano no degrada ni perjudica la dignidad humana, pero que el fracaso en entender el término en su contexto verdadero podría tener implicancias severas. Estas implicancias pueden ser particularmente dañinas en guerras, citando a Thunen, Schultz (1961) sostuvo que:
uno sacrificará en una batalla a cientos de seres humanos en la plenitud de sus vidas sin darse un minuto a pensar solo con el objetivo de salvar un arma …[porque] la compra de un cañón causa un gasto de fondos públicos, mientras que los seres humanos son dispuestos con nada más que un mero decreto de reclutamiento (pp. 2-3)
Este argumento incluso ahora suena convincente para muchos. Pero si se considera el contexto histórico, es decir después de la Segunda Guerra Mundial y la amenaza de la Unión Soviética, uno puede apreciar mejor que estas palabras fueron más atractivas y creíbles en ese tiempo.
Por otro lado, la TCH también es criticada por la nueva terminología que trajo a las relaciones de capital-trabajo. Como se mencionó anteriormente, en este análisis, los individuos son considerados seres como empresas, cuyo objetivo es obtener los mayores resultados con un mínimo costo. Como lo señaló Read (2009), los trabajadores mismos son emprendedores y el trabajo no está más delimitado a lugares específicos de la fábrica sino más bien es cualquier conducta que promueva el fin deseado (las utilidades). En este proceso de economización de las conductas de los individuos, los términos tales como inversiones, riesgo, utilidad, y decisión óptima son tomados desde el ámbito de la economía y aplicados al trabajo. Como resultado, el trabajo es tratado en la misma forma que el capital. Tradicionalmente, sin embargo, trabajo y capital eran dos componentes distintos de los factores de producción. Este desplazamiento terminológico y la representación del trabajo como capital permitió anular la diferencia histórica entre el trabajo y el capital. En la práctica lo que hace es que “los términos ‘trabajo’ y ‘capital humano’ se intersectan, superando en terminología su oposición de larga data; el primero se convierte en la actividad y el último en los efectos de la actividad, su historia” (Read, 2009, p. 31). Consecuentemente, el trabajo se transforma en capital y el trabajador se transforma en una empresa capitalista. La diferencia entre el trabajo y el capital es eliminada a través de la teoría del capital humano debido a este desplazamiento terminológico (Read, 2009).
Para recapitular en pocas palabras, el modelo económico neoclásico en general y la TCH en particular son criticados debido a su definición de ser humano (animal motivado por la utilidad); la descripción del ser humano (egoísta y homo economicus racional); su naturaleza prescriptiva (títeres gobernables y que responden a estímulos y que alteran su conducta en respuesta a la modificación en variables ambientales); y finalmente debido al desplazamiento terminológico que ha traído consigo (el trabajo mismo es una forma de empresa capitalista).

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