lunes, 31 de octubre de 2011

Opinología Cultural: Se Acabó el Recreo


Las Deficiencias del Discurso Progre del Analfabetismo Funcional
“[S]ólo 8% de los chilenos con educación superior terminada comprenden completamente lo que leen” (p. 15, Se Acabó el Recreo)

“Haré lo posible por minimizar la jerga de los politólogos, una de las más terroríficas que me ha tocado enfrentar. La primera vez que leí uno de estos textos, no entendí absolutamente nada.” (Se acabó el Recreo, pp. 115-116)

Si usted pone atención a lo que escribe y expresa Mario Waissbluth, el coordinador de Educación 2020, se encontrará con que enfatiza constantemente la idea de que un 80% de las personas no entienden lo que leen. Según estas cifras, un 80% de la población estaría limitada en sus recursos cognitivos para poder desempeñarse adecuadamente en la sociedad. Serían analfabetos funcionales. Pura pirotecnia tecnocrática.




El analfabetismo funcional, entendido en los datos en que se basa Waissbluth, corresponde a una medida de alfabetización con miras a los supuestos desafíos de una sociedad del conocimiento. En ella, alfabetización se define como comprender, evaluar, usar, e involucrarse con textos escritos para participar en la sociedad, para cumplir metas propias, y para desarrollar el conocimiento y potencial propio. De acuerdo a los datos, sólo un 20% de los chilenos estaría alfabetizado funcionalmente.

El problema con aceptar estas cifras es el mismo que los tecnócratas diversos tienen: aceptar el “dato duro”  sin reconocer su naturaleza ideológica. Por cierto, en estas cifras esta naturaleza se expresa de diversas formas. La primera es respecto a la certeza de que exista realmente una sociedad del conocimiento en Chile. Al crear el relato de que en Chile el conocimiento tiene un impacto productivo tal que transforma el sentido de funcionalidad social se establece una imagen alejada de la realidad. No hay que negar que los “datos duros” indiquen una creciente tendencia al uso productivo del conocimiento, pero el impacto económico de ello ha sido aprovechado principalmente por el mercado financiero en la entrega de credenciales educativas y productos inmateriales. Es decir, sociedad del conocimiento no hay en Chile.

Asimismo, la idea de las diferencias en comprensión lectora se asume como las causales de la falta de competitividad de la ‘mano de obra,’ de los profesionales Chilenos. Ello permite instalar y perpetuar el discurso que aboga por más y más credencialismo profesional, con las consecuencias que tiene en los requerimientos para la contratación de personal ilustrado o altamente educado en una economía que aun no se sostiene sobre la base del conocimiento, como lo es la chilena.

El lenguaje es una adaptación evolutiva que es funcional a la colaboración colectiva. Ambos procesos, práctica colectiva y lenguaje, se potencian para dar lugar a las actividades cognitivas que caracterizan al ser humano. Ello implica que el alfabetismo es sólo funcional en la medida que esté presente en una práctica social colaborativa. La comprensión de un lenguaje es por lo tanto una función de la participación en esa práctica colectiva. Sin acceso a la práctica colectiva es muy difícil que una persona pueda comprender el lenguaje que allí se habla. Cuando se usa la idea de la comprensión lectora para justificar políticas de calidad educativa y competitividad laboral, se pone el énfasis en algo que no se puede lograr a no ser que se igualen las experiencias que permiten la acción colectiva.

Sobre la Figura del Autor y su Supuesta Neutralidad Ideológica

Mario Waissbluth es una figura relevante para el establishment político de hoy en día en Chile. Desde el comienzo de su liderazgo en el movimiento de lobby Educación 2020, ha sido considerado una autoridad en materia de política educacional, un referente al cuál dirigirse para discutir proyectos de ley o simplemente un orador puntudo que permite exhibir con elocuencia los indicadores de desigualdad educativa y así atribuirle un carácter de urgente a los cambios. En cierto sentido, Waissbluth ha sido construido mediáticamente como un cómodo artífice para una reforma educativa, particularmente urgente para una clase política que en educación improvisa todo después de la Revolución Pingüina el 2006. Para ello, Waissbluth ha logrado movilizar un no menor capital de contactos entre políticos, empresarios, financistas, y medios de comunicación, permitiéndole una tribuna abierta a un discurso que, según él, busca eliminar las “trincheras ideológicas” desde las cuáles se estarían dando los argumentos de política educativa. Además de la productiva agenda diaria y centro de recursos informativos que ha logrado instalar desde Educación 2020, Waissbluth ha escrito un libro que ya lleva tres ediciones: Se Acabó el Recreo: La Desigualdad en Educación, desde donde nos muestra toda su artillería retórica.

El libro de Waissbluth es un llamado panfletario de urgencia desde el sector que él mismo denomina, en forma de caricatura, “Reformistán Urgente”: una especie de término medio entre ideologías (o coaliciones ideológicas) de derecha e izquierda en educación, pero con un sentido de inmediatez reformista. A lo largo del escrito, Waissbluth busca una suerte de ‘absolución ideológica,’ basado en la descripción de la composición plural del directorio y adherentes de Educación 2020 y en sus propios aprendizajes de vida que lo han llevado, en sus palabras, a tener una mayor disposición de diálogo. Waissbluth es hábil para hacer ver al lector que existe un proyecto de país mayor a las ideologías de “Zurdistán” y “Derechistán”, e invita al lector a sumarse a la complejidad de un compromiso de reforma sistémico. Por ejemplo, dice:

“La orientación ideologizada de la propia investigación educativa, la lucha por o contra los vouchers (es decir, los sistemas de aporte del Estado por la educación de cada niño en colegios privados), las connotaciones de libertad religiosa, y el manejo confuso de los datos por parte por parte de los propios gobiernos, parece ser, al menos en Occidente, la norma, no la excepción. En lugar de dialogar como hacer que las escuelas funcionen mejor y los niños aprendan más, se suele caer en barricadas intelectuales.” (Waissbluth, 2010, p. 47)

Sin embargo, Waissbluth no menciona cuál es el significado de que las escuelas funcionen ‘mejor’ y qué es que deben los niños aprender ‘más’. Se olvida Waissbluth, o lo ignora, que calificativos como ‘mejor’ y cuantificadores relativos como ‘más’ tienen en su base misma una posición ideológica. El lector queda esperando esa posición, que no llega sino hasta el final del libro, cuando el autor se reconoce como un “socialdemócrata ortodoxo” (lo que sea que eso signifique). Antes de ello se explicita una definición ‘pobre, pero honrada’ de ‘calidad de la educación’:

“Así, nuestra propuesta (…) sobre calidad en la educación, es que todos los niños logren un estándar adecuado de lectoescritura y aritmética, de habilidad para plantearse y resolver un problema, de aprender a aprender, del importantísimo ‘rigor de hacer las cosas bien’, de no aceptar conocimientos acríticamente y sin explicaciones de fondo, de confianza en sí mismos, y de principios esenciales de trabajo en equipo, solidaridad, respeto por los derechos de los demás, y ejercicio de la democracia. Es decir, aprender a convivir.” (p. 76)

Un ejercicio deconstructivo, típico de nuestra academia postmoderna, sobre la oración propuesta como definición de calidad desnudaría inmediatamente lo vago de ésta, tanto en términos conceptuales como operacionales. En el fondo, es una declaración de sentido común, muy al estilo de ‘no quedar mal con nadie’ que se dibuja desde la caricatura de Reformistán.

Se Acabó el Recreo no es un tratado intelectualmente rico en cuanto a educación, sus sentidos y sus definiciones filosóficas, su relación con el aprendizaje, la pedagogía y la definición de calidad. Académicamente es más bien pobre en contenidos conceptuales educativos, aunque hace referencia a estudios clave para entender las políticas en la educación chilena en las últimas décadas. Waissbluth confiesa, a modo de introducción, que no tiene simpatía por cierta forma de hablar entre los especialistas disciplinarios, que ponen en sofisticado cuestiones que serían simples. Quizá en ese ataque al conocimiento disciplinar reside su opción de ignorar la abundante literatura conceptual con la que se nutren los diseños y las conclusiones de los estudios que se transforman en las cifras educativas. Así pues, en el libro abundan cifras, que son aceptadas sin mayores reparos conceptuales o metodológicos, o usualmente mediante una disculpa que se cierra a un juicio crítico sobre su uso. Waissbluth también hace repetidas referencias a la idea de que existen países “avanzados,” reflejando la misma jerga arribista a la que nos han acostumbrado tanto los políticos, y que nos acorrala a pensar Chile y su organización educativa en términos de competencia con otros países, y no en términos de colaboración entre individuos libres.

Pero quizás el elemento central que arma el relato de la reforma urgente que pide Waissbluth, y por añadidura Educación 2020, es el resultado de la encuesta SIALS (Second International Adult Literacy Survey), que indicaría que un alto porcentaje de los egresados de enseñanza media no entiende lo que lee: un fenómeno de analfabetismo funcional. En eso me enfoco en la siguiente sección de este ensayo crítico.
Respecto al Aprendizaje y el Analfabetismo Funcional

         Quienes has estudiado la sola idea del aprendizaje han alcanzado un consenso respecto a la complejidad conceptual que implica decir que un aprendizaje puede “medirse.” Más bien, la literatura indica que el aprendizaje puede ser juzgado de acuerdo con diferentes perspectivas teóricas, dentro de las cuáles el constructivismo ha sido la que más se extiende entre las escuelas de pedagogía y estudios socioculturales. Sin embargo, con fuerza también se instala la idea del cognitivismo como perspectiva interpretativa, particularmente con el auge de las ciencias cognitivas en las últimas décadas. Entre ambas visiones del mundo no existe un conflicto intelectual, sino más bien un proceso de cooperación en el que la comprensión de ambas permite un mayor abordaje a la comprensión holística del proceso de aprendizaje.

                Sin embargo Waissbluth se da el lujo de despacharse este tipo de citas

[Respecto al SIMCE] “… En esta gráfica, un Índice de Vulnerabilidad Escolar de uno significa que todos los niños de esa escuela son socialmente vulnerables. Un índice de cero significa que ninguno lo es. Cada punto de los diez mil del diagrama es una escuela, ubicada según su vulnerabilidad y resultados del SIMCE de lenguaje de 2º Medio. Como es de esperar, la nube tiene una marcada tendencia al descenso. A mayor vulnerabilidad, menor aprendizaje.” (p. 96)

La razón de esta verborrea ideológica es comprensible dentro del discurso de Waissbluth, que es crear las condiciones de urgencia en la palestra pública. Sin embargo, mantienen ese aire de élite que desprecia todo lo que venga de un mundo popular al cual hay que ‘domar,’ o, en el caso educativo ‘entrenar’ en lo que significa la alta cultura de esa élite, acostumbrada a producir el conocimiento y la cultura. El aprendizaje no ocurre en el vacío, ocurre en contextos sociales y culturales y en base a prácticas sociales y culturales. La mayor vulnerabilidad NO significa menor aprendizaje. Significa menor aprendizaje respecto a algo que se instala como norma y cuya aceptación permite el acceso a recursos capitales: económicos, culturales, y sociales. En este caso, la norma la dicta la élite, y si alguien no la cumple, Waissbluth dice que no aprende. Ideología pura.

El aprendizaje corresponde a mucho más que las medidas en pruebas estandarizadas. Me atrevería a decir que las pruebas como el SIMCE ni siquiera son un proxy para hablar de que el aprendizaje se puede medir. Lo que si entregan son ciertos patrones que evidencian la existencia de prácticas sociales a las cuales los estudiantes más vulnerables no acceden, mientras que los menos vulnerables sí lo hacen. Las razones para que ese acceso no ocurra pueden buscarse en la experiencia educativa, pero es difícil que se encuentren allí. El aprendizaje requiere de una vinculación cognitiva con una experiencia material, social y cultural, por lo tanto, es irreal que no exista. Siempre existe aprendizaje cuando hay interacciones humanas. Lo que no siempre existe es consenso sobre cuáles son las experiencias sociales que se requieren para que ese aprendizaje permita un lenguaje común en la sociedad. Los consensos son necesariamente políticos, y por tanto, un campo de disputas ideológicas y de fuerza. Eso hace que al hablar de “mejorar” la educación y aprendizaje, uno seleccione qué es lo que se valora y cómo se nota que esa mejora existe de acuerdo a esos valores. No existe mejora en la educación en el vacío, como tampoco aprendizaje en el vacío.

Waissbluth minimiza la contribución teórica de Bourdieu para describir el capital cultural y lo pone en términos de oposición de contextos de países industrializados versus Latinoamericanos:

“Cuando Bourdieau y Clerc hicieron sus estudios, los títulos secundarios y universitarios eran, por lo general, documentos valiosos. Pero hoy, nadie ha demostrado aún el impacto del capital cultural de egresados universitarios que no comprenden bien lo que leen en la formación de sus hijos, y eso es lo que está comenzando a ocurrir en America Latina. Tampoco existían en Francia los niveles de analfabetismo funcional propios de America Latina, lo cual hace que cualquier conclusión sobre educación extraída de estudios de países industrializados deba verse, al menos, con cierta reserva.”(p. 75)

En una de las definiciones de Bourdieu, el capital, social, económico o cultural, es tal en cuanto pueda ser intercambiado entre sus distintas formas. Ello deja de lado la implicancia de que no exista capital cultural, sino que en el contexto de situaciones de vulnerabilidad, el capital cultural de quiénes no gozan de la misma experiencia de la élite no puede ser intercambiado con facilidad por capital económico. Eso es lo que está ocurriendo en Chile: los ricos cambian el capital económico que ya tienen por obtener capital social exclusivo, mientras los pobres proyectan su ganancia en capital cultural para acceder al capital económico, y se endeudan. Pero los pobres no llegan como vasijas vacías a adquirir la “alta cultura” que la élite chorrea en sus universidades, sino que llegan con experiencias materiales, sociales y culturales que escapan a la norma de la élite. Las universidades no “corrigen” eso a menos que realicen una pedagogía integradora de las experiencias valiosas para la élite. Pero eso no implica que los pobres salgan como analfabetos funcionales, sino que se entremezclan sus experiencias para crear otros tipos de alfabetismos, unos que difícilmente podrían ser reproducidos por la élite, pero que son funcionales a las experiencias de quienes son juzgados con las pruebas de la calidad. Más aun hoy, con la extensión en el acceso de las tecnologías de información, son esos juzgados como “analfabetos funcionales” los que se encuentran produciendo cultura, una que escapa a las normas de los “alfabetos funcionales” de la élite. Eso es tremendamente peligroso para quiénes se han acostumbrado a escribir sin que el 80% de la población los entienda.

Lo que se juega en la alfabetización es la construcción unilateral de significados. Los significados escapan a la normatividad definicional que llega desde diccionarios o desde quienes buscan instalar sus producciones culturales como la norma. Los significados se construyen con la experiencia, y por lo tanto un pasaje escrito puede interpretarse y reinterpretarse de distintas formas en su comprensión. Cuando se emanan juicios de valor para categorizar personas, como la idea de que existen analfabetos  funcionales, lo que se nos dice es que existe una norma de significados, y por lo tanto una norma de experiencias que deben cumplirse. Pero lo cierto es que una persona no funciona mejor o peor en la sociedad por interpretar los significados de la forma en que la élite quiere. Allí reside lo central del discurso de Waissbluth: él, un miembro de la élite, llama al 80% de las personas analfabetos funcionales, basados en una definición de alfabetismo, y no en un análisis crítico de la vinculación social de las personas con los significados.

La idea de los significados se expresa en Waissbluth con el término asociado de semántica (que es en sí el estudio de los significados)
“Por cierto, aritmética, lectoescritura, computación o inglés, en un cierto sentido, son capacidades semánticas muy similares, expresadas en lenguajes diferentes. Es raro saber de una escuela cuyos alumnos mejoren su comprensión de lectura, y que no mejoren al mismo tiempo su comprensión matemática.” (pp. 77-78)

El problema es, nuevamente, la reducción de la semántica a la comprensión de textos como mecanismo causal de la significación de experiencias en otros ámbitos de la vida. Esa reducción, típica del pensamiento tecnocrático, es peligrosa por cuanto no incluye visiones holísticas de los procesos de creación de significado que ocurren en las escuelas, cuando niños llegan con un capital cultural diferente, y que toman el riesgo de cambiarlo por el capital cultural academicista que instala la élite mediante el sistema educativo. Si lo hacen, son recompensados por el sistema. Si no lo hacen, son clasificados como fallas del sistema. Tal cual como el 80% de analfabetos funcionales.

                Como en una especie de conclusión de un juego dialéctico Hegeliano, Waissbluth nos exhorta a no tomar partido por la tesis o la antítesis ideológica extremada por ‘Zurdistanos’ y ‘Derechistanos’ (las caricaturas políticas que nos presenta como extremos), sino por la síntesis, aunque esta no signifique nada más que el eslogan de especulación del futuro, basado en el analfabetismo funcional acá criticado:

“Todos los integrantes de las coaliciones (…) son y somos fruto de la propia historia y circunstancias. Aquí no se trata de la guerra de los ‘buenos’ contra los ‘malos’. Por el contrario, mientras mayor sea la velocidad con que logremos derribar las trincheras y barricadas ideológicas entre una y otra coalición, más rápido lograremos rescatar a jóvenes que tienen el futuro comprometido por su analfabetismo funcional.” (p. 123)

                El aporte que puede hacer Educación 2020 como movimiento ciudadano es tremendo, pero tiene la debilidad de seguir siendo un pegoteado de visiones tecnocráticas sobre la educación, cuestión que es funcional al discurso de la criolla clase política y empresarial actual. El desprecio por la discusión ideológica en función de la urgencia técnica no le hace bien al tan mentado diálogo que propone Waissbluth en su libro. Todo lo contrario, establece como verdades absolutas e indesmentibles ciertas conclusiones que han sido teorizadas, explicadas y criticadas de forma bastante cuidadosa en la literatura académica, en especial la que se ha construido desde la crítica al modernismo occidental. Ese es el caso del analfabetismo funcional, la columna vertebral del discurso de Waissbluth.


Libro: Waissbluth, M. (2010) Se Acabó el Recreo: La Desigualdad en la Educación. Santiago de Chile: Debate.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comenta/opina acá