viernes, 26 de marzo de 2010

Agenda educativa de Piñera

El ministro de Educación del gobierno de Piñera, Joaquín Lavín, dio a conocer sus "diez mandamientos" para educación después del terremoto. Si bien la bíblica alocución se refiere a diversos temas tanto de relación con los docentes, evaluación de becas de postgrado y temas curriculares, hay tres que me llaman la atención: la idea aumentar la frecuencia de la aplicación del SIMCE, la revisión de la Prueba de Selección Universitaria (PSU), y la creación de 50 colegios de excelencia.

Aumentar la frecuencia de aplicación del SIMCE

El subsecretario de Educación sugiere que además de las evaluaciones SIMCE en cuarto básico, octavo básico, y segundo medio, se añadan dos más, una en segundo básico y otra en sexto básico. La justificación de esta inclusión sería que esperar hasta cuarto básico para medir si un niño o niña está leyendo correctamente sería demasiado tarde. Si bien lo que dice el subsecretario puede ser cierto en términos de detectar problemas de aprendizaje a tiempo, es bueno cuestionarse si una nueva medición estandarizada proporcionará más elementos de juicio de los que hoy ya entregan los existentes instrumentos.

Chile tiene un sistema de pruebas estandarizadas bastante robusto. La historia de aplicación de pruebas estandarizadas como el SIMCE y la PSU (que si bien es voluntaria sirve también como medida de la calidad de la educación) es un lujo que Chile tiene como insumo para los investigadores, docentes, y políticos preocupados de la calidad de la educación, permitiendo el desarrollo de numerosos estudios. Añadir otro instrumento estandarizado puede otorgar más insumos para las mismas conclusiones que hasta ahora el mundo ligado a la educación y la población en general ha podido derivar. Añadir más pruebas estandarizadas, más que corregir problemas educativos y pedagógicos, parece estar pensado en tener más elementos de juicio para premiar y castigar a profesores y escuelas por el desempeño académico de sus estudiantes. Sería tal vez más efectivo que para detectar problemas de lecto-escritura a tiempo se aplicara el SIMCE en segundo año básico y no en cuarto año. Los recursos cuantiosos destinados a preparar una nueva evaluación podrían ser destinados a programas de investigación más ricos en detalle que una prueba estandarizada, con el fin de evaluar in situ qué es lo que contribuye mejor a entender el desempeño de los estudiantes en las mediciones estandarizadas o en otras mediciones académicas. Ello ayudaría a enriquecer el repertorio de recursos académicos con los que pueden contar los centros de formación de profesores que se enfrentarán a las realidades que hoy son develadas por las pruebas como el SIMCE o la PSU. Asimismo podría impulsar nuevas discusiones respecto a si las evidencias que obtenemos con las pruebas estandarizadas son suficientes para juzgar el desempeño de los profesores.

Revisión de la PSU

La revisión de la PSU está basada en un criterio bastante confuso. De acuerdo a lo que declara una de las asesoras del Mineduc, se encargó la revisión de los contenidos de la PSU a un país extranjero. Los contenidos serían revisados en términos de calidad como de equidad, y asume como un problema que las revisiones sean siempre realizadas por sus autores.

Si bien es posible entender la lógica que existe en problematizar la idea de la revisión que recae sólo en los diseñadores de la PSU, el camino que delinea el Ministerio no parece ajustarse a los objetivos de una prueba de selección. Siendo los " diez mandamientos" medidas para aplicar después del terremoto, resulta contradictorio que la selección universitaria sea juzgada con ojos extranjeros. Está claro que las universidades (principalmente las del Consejo de Rectores) pueden y están haciendo esfuerzos enormes por ayudar en la reconstrucción del país, y son estas instituciones las que deberían definir cuál es el contenido que consideran más relevante para quienes ingresan a sus aulas. Tal vez los esfuerzos deberían ir dirigidos a coordinar la misma revisión entre los miembros de las universidades complejas que hoy desarrollan investigación, docencia y extensión, y no sólo preocuparse de lo que entidades extranjeras puedan decir, de manera descontextualizada, respecto a qué es lo mejor para seleccionar a la élite profesional del país.

Los 50 liceos de excelencia

El programa de gobierno de Sebastián Piñera impulsa la creación de estos liceos de excelencia. Entre sus características están su localización urbana con sistemas de transporte facilitado, y la expectativa de que son la mejor herramienta de movilidad social y no eternizarán ni ampliarán la brecha entre "buenos" y "malos" alumnos.

A priori la idea no debería tener oposición, pues a largo plazo esperaríamos un mundo de élite universitario poblado por más jóvenes de familias pobres y de clase media. El problema puede ser visto desde el punto de vista del diseño educativo que se promueve con la sola creación de estos liceos como principal herramienta de un programa de gobierno en educación en lo que respecta a equidad del sistema. La institucionalización profunda de la competencia por recursos puede ser un problema que a largo plazo repercuta (y ya repercute) en los valores sociales, y ello no escapa a lo que hoy pasa entre los estudiantes que postulan a formar parte de los liceos de excelencia. Es por ello que la definición de excelencia, como hoy la entendemos desde los liceos públicos, puede acarrear un conjunto de problemas que recaen en lo ideológico, y que el gobierno ha intentado desvincular de la discusión en aras de instalar el chantaje de la agenda patriótica de la reconstrucción. La creación de estos liceos como apuesta única y visible del gobierno en términos de igualdad de acceso a la calidad de la educación representa todo el aparato ideológico que se esconde detrás de la élite: competir para tener posibilidades de buena educación. Los actores educativos deben mirar con mucha atención qué oportunidades se abren con este punto del programa y cuáles son las agendas ideológicas que también se esconden en la "proyectología" del ejecutivo derechista.


De los tres "mandamientos" acá nombrados, es el último el que representa una mayor fuerza en términos de su poder de ejecución y de claridad política. Es difícil que los actores educativos puedan negarse a la noble tarea de ofrecer más oportunidades de excelencia académica en el país. Ello no implica desconocer que el gobierno tiene una agenda cubierta, que es la agenda empresarial, liberal, de la derecha económica y política. Los otros dos proyectos no articulan aun, como mensaje a la ciudadanía, las razones para promover estos cambios, pero sin duda que deben ser contestados pues por ahora no ofrecen resolver muchos problemas de calidad y acceso educativo a todos quienes hoy clamamos y trabajamos por ello.

domingo, 14 de marzo de 2010

Terremoto Online


Esto de intentar entender qué significa la sociedad del conocimiento, o sociedad post-industrial o como la quieran llamar, me ha llevado a buscar explicaciones de muchos de los temas que hoy nos aquejan como generación. Por ejemplo, tengo la sensación de que el síndrome de déficit atencional, más que un problema es una mecanismo adaptativo que nuestro cerebro realiza con el fin de prestar atención a la mayor cantidad de detalles (o tal vez, teorizar respecto de los detalles) a los estímulos múltiples que tenemos en nuestro ambiente "globalizado." Ese mundo globalizado reconoce en las comunicaciones y la reducción de los costos de creación y manejo de información como los motores de la economía. Tal vez ese solo concepto, el manejo y producción de la información, fue el que tan simbólicamente nos ponía como país en la lista de los países desarrollados, esos que en su club económico dictan cátedras sobre lo que es y debe ser el mundo para llamarse "desarrollado." Chile estaría emergiendo con ese tercer sector económico que define las economías basadas en el conocimiento: el mundo de la creatividad y el trabajo en grupo, pero también de la precariedad de los call-center, los digitadores eternos y los contratos por proyecto. Chile tendría una suficiente infraestructura social y física como para proceder a ser un miembro de ese mundo plano, el que se comunica a velocidades luz (literalmente a veces) y desarrolla economías de servicios basados en el conocimiento.

Pero, ¿qué pasó el 27 de febrero del 2010? Esa misma vorágine comunicativa interrumpió un carrete en que sólo habíamos chilenos en el hemisferio norte. Nos enteramos que hubo un terremoto en Chile a los dos minutos que éste ocurrió. Sabíamos noticias de Chile desde los noticiarios internacionales y pronto desde televisión nacional con su señal internacional, pero no podíamos llamar a nuestras familias, porque esa infraestructura comunicacional, tan valiosa para ser parte del club neoliberal que define el "desarrollo" de los países, se había caído a pedazos.

Comunicarnos con nuestras familias nos tomó el mismo tiempo que le tomó al gobierno enterarse que hubo un tsunami en el sur de Chile. Nosotros vimos cómo los medios gringos decían en todos lados que había una alerta de tsunami, mientras el gobierno desde la oficina de la ONEMI (que era el único lugar que tenía más periodistas que la Quinta Vergara esa noche) decía que no había que alarmarse. En facebook y twitter no había mucho. La gente estaba asustada, sin electricidad, sin internet (salvo en el centro de Santiago). La prensa sólo repetía imágenes de Viña del Mar oscurecida, de las cámaras de seguridad mostrando calles oscuras, de la oficina de la ONEMI. No había nada claro.

Vimos televisión hasta muy tarde esa noche. Probablemente sabíamos más respecto al terremoto que la mitad de Chile que estaba sin energía eléctrica o probablemente arrancando a los cerros en la costa, o devolviéndose a sus casas luego de escuchar la no-alerta de tsunami, o tratando de reponerse luego del susto, o buscando como salir de los escombros, o tantas dolorosas situaciones en un evento como este. Podíamos imaginarnos todo el terremoto y saber detalles tal vez mucho antes que la ONEMI. Todo desde nuestros laptops, cómodamente conectados a internet, en el otro hemisferio, lejos del terremoto que tanto dolor y pérdida estaba provocando.

Así como estábamos conectados, pronto vimos las tristes y repetitivas imágenes de los saqueos, con un periodista con acento del hemisferio norte creyendo que estaba haciendo la noticia, cuando toda la catástrofe se hacía más evidente. Creo que entendí la magnitud del terremoto cuando vi la imagen del pedazo de carretera concesionada que estaba caído en el sector norte de Santiago. En ese momento paré de creerle a lo que decía el gobierno, y por lo tanto nunca les creí respecto a los saqueos tampoco. La histeria de apoderó de la gente, podíamos sentirlo, casi olerlo. Todo desde nuestros laptops, cómodamente conectados a internet, en el otro hemisferio, lejos del terremoto que tanta angustia y rabia estaba provocando entre la gente de nuestra tierra.

La lejanía y cercanía del evento provocó en mi un extraño sentimiento. Creo que nunca había experimentado esta sensación de dolor profundo por un pueblo, por quiénes habitan la tierra donde nací, pero de la cuál no poseo ni el más mínimo grano de arena. Esta sensación de dolor se mezclaba con una rabia, una rabia contra aquellos que gobernando nos hicieron crecer con el individualismo acuñado por teorías capitalistas, con el deseo incontrolable de consumir, con el discurso aspiracional basado en la ostentación de ese consumo, todo dirigido desde las manos invisibles del mercado. Mientras ese mismo sentido aspiracional explicaba el porqué vivimos en "edificios bonitos que se caen" y el porqué la gente saquea televisores y electrodomésticos como elementos de primera necesitad, el gobierno y los medios se dedicaban a sembrar el caos. Sentí rabia por la contradicción de muchos que en el gobierno de entonces y el recien asumido tuvieron que sacar a los militares a la calle, siendo esos mismos militares los que años antes fueron sacados a la calle, pero para derrocar a un gobierno constitucional en el que muchos fueron participantes.

Y sentí que necesitaba reconectarme con todo lo que significa esa langa y angosta faja de tierra, tierra de la cuál no soy dueño ni siquiera en lo mínimo, pero que considero mía. No se si por morbo o por ese sentimiento es que pasé horas dedicado a buscar videos del momento del terremoto. Buscaba todas las fotos que podía, leía todos los relatos que podía, veía una y otra vez las imágenes. Me apenaba y enrabiaba, y seguía haciéndolo, dedicando todo momento libre y no libre a vivir el terremoto que afectó a mi tierra. Vi todo lo que pude excepto la teletón. Reconstruí el terremoto y la tragedia de mi tierra, todo desde mi laptop, cómodamente conectado a internet, en el otro hemisferio, lejos del terremoto que tanta gente seguía sintiendo, oyendo, y oliendo en Chile. Viví el terremoto online.

Hoy ya han pasado más de dos semanas. Veo con atención que el mercado, el mismo que invisiblemente evitó con sus manos que el Estado actuara a tiempo, y que no acepta explicaciones centralizadas para entender su mal obrar, será el encargado de recontruir la infraestructura física de un país. También veo con atención si es que hay atisbos de reconstruir, esta vez por otras vías y no el mercado, la infraestructura social que se tambalea cada vez que el Estado desaparece. Y todo desde acá, desde el otro hemisferio, cómodamente conectado a internet, lejos de mi tierra y su gente que sufre tanto y tan poco, porque el terremoto también selecciona, y como siempre pierden los más vulnerables, los que menos tienen.

(imagen: www.boston.com)