lunes, 4 de abril de 2011

Evaluación Docente y el Cambio Valórico

El mundo educativo aún no tiene un consenso respecto a la mejor forma de enseñar, a pesar de la fuerza de la corriente constructivista en las escuelas de pedagogía. Sin embargo, existe en el ambiente político una retórica de la calidad que recae en elementos de evaluación cada vez más complejos de interpretar pero fáciles de usar como evidencia: pruebas estandarizadas de ingreso al estudio y ejercicio de la profesión docente, pruebas estandarizadas para las y los educandos, y evaluación de la docencia en ejercicio. Ello crea la falsa imagen de que la investigación educativa ha resuelto los problemas de la calidad docente y que sólo tenemos que seguir una línea en la que profesores y profesoras actúen de acuerdo a parámetros de calidad definidos de antemano. Pero ciertamente detrás de esta fachada de supuesto consenso en cuanto a la calidad se juega algo más trascendente, que es el cambio en la dirección moral de la sociedad.



El curso de la historia en Chile independiente podría dividirse en tres grandes formas del Estado: el Estado Católico, el Estado Desarrollista y el Estado Neoliberal. Cada etapa de esa historia está definida por una direccionalidad en el actuar del colectivo nacional, con normas establecidas de comportamiento que vienen dictadas desde esferas de la élite, pero que ‘chorrean’ al mundo popular mediante discursos y personajes que representan esos discursos desde cierto estatus. Es así como gran parte del siglo IXX y comienzos del XX fue dominado por el discurso de la moral católica, personificado en la figura del eclesiástico como bisagra o puente que permitía el acceso al mundo popular a los valores de la élite dominante. El periodo desarrollista del siglo XX podría decirse que es el que responde a la crisis de la élite dominante en cuanto a su actividad económica y que significó en parte el quiebre del Estado con la Iglesia para formar un Estado laico. La planificación central de la economía, la industrialización, y el sentido de unidad nacional que caracterizó a este segundo periodo significó una atención especial a la educación pública, creciendo ésta en cobertura y también en influencia para la dirección moral de la sociedad. Así se construye un nuevo personaje o sujeto que personifica el nuevo discurso moral, el profesor de Estado. Con el advenimiento de la dictadura y su giro neoliberal a finales del siglo XX el cuerpo social de la élite experimenta la necesidad de darle un nuevo cambio a la dirección moral de la sociedad, esta vez enfatizando no la dirección eclesiástica ni la de la planificación central y nacional, sino la liberalización del individuo como agente consumidor en el mercado. Tal como sucedió en las crisis Estado Laico versus Estado religioso, hoy vemos que existe una crisis en que el Estado Laico y desarrollista se enfrenta al Estado neoliberal.

La caracterización de la historia en estos términos no significa la desaparición de los actores que dominaron, pero si un cambio en la posición de poder o estatus que estos grupos ostentan y ostentaron, y por tanto en cómo se construye la moral social. Las crisis acá expuestas se evidencian porque hay grupos en disputa, los curas y párrocos contra los liberales laicos en la primera crisis, y hoy las y los profesores contra la tecnocracia neoliberal. Cuando la disputa ocurre en el terreno de la política formalizada, se necesitan instrumentos que sirvan de ‘armas’ para situarse en una posición de superioridad. Ello es lo que ocurre con las evaluaciones educativas, y en particular con la evaluación docente: es un arma que hoy se traduce en políticas para la intervención de la profesión docente y su actividad construida históricamente, particularmente para cambiar el estatus de sus miembros a uno que sea subordinado. No se trata de que no exista un deseo consciente de mejorar la calidad educativa, pero si existe uno inconsciente que busca que sean otros elementos del sistema social los que guíen los valores del mundo popular, y para ello es necesario cortar lo que hoy representan las y los profesores. No es sorpresa entonces que suelan ser grupos liberalizados en el mercado y educados en ambientes ricos en recursos tecnológicos, económicos, y sociales, y formas de valoración alejadas del mundo popular los que intenten tomar posición en cuanto a cómo deben enseñar las y los profesores. Es un maridaje, liberal y tecnocrático, que permite una direccionalidad que va más allá de la educación formal, y se expresa en las distintas formas de hablar en público: los medios de comunicación, la teleseries, las noticias, los libros, las instituciones educativas en general. Pero ello no implica que no quieran dominar el ámbito de la educación formal de los sectores populares: la educación pública.

La historia dirá cómo se resuelve esta disputa. Pero ahora, por sobre todo en este momento, está claro que –en caso de querer tener mayor estatus en la sociedad- falta mucha organización profesional de las y los docentes para poder enfrentar este ataque que viene con muchas armas: escuelas subvencionadas, SIMCE, PSU, prueba INICIA, evaluación docente y agencias de calidad. Por mientras, se establece una forma de moral que chorrea desde una nueva élite, enamorada del sueño aspiracional “Americano,” de los “países desarrollados” y dirigida por el capital financiero y corporativo mundial, que prescinde de los elementos morales ya sea del primer período del Estado católico o del segundo período del Estado desarrollista y centralizado, y por lo tanto requiere un nuevo agente que le hable al mundo popular. Ese agente está en construcción.

Publicada en La Tercera Blogs el 31 de Marzo de 2011

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