martes, 2 de abril de 2013

Multitud resentida versus Michelle Bachelet


El resentimiento no goza de apreciación en política, meno saún en nuestra criolla versión de “estabilidad” post-dictatorial. Es algo injusto que se le menosprecie, pues su existencia bien puede tener un carácter descriptivo de las subjetividades que se juntan gracias al movimiento social del 2011 en adelante. El resentimiento tiene su raíz en la percepción, real o imaginada, de que algo que ocurre está mal. A ello se le suma la acumulación de experiencias de humillación y pérdida del sentido de dignidad humana.
Ser un(a) resentido(a) no implica necesariamente una actitud beligerante. Más bien, el reconocimiento del resentimiento puede ser un paso necesario para que sus efectos tengan un cauce menos dramático que la explosión de violencia que ocurre por su negación. Por añadidura, ser resentido(a) social tampoco se expresa automáticamente como beligerancia, por lo que pueden existir cauces menos dramáticos para lidiar con él.
Yo creo que el resentimiento es una justificación razonable para motivar la actividad política actual. La raíz de las desigualdades sociales puede encontrarse históricamente, pero hay muchas razones para estar resentidos con lo que nos ha tocado vivir, y  con quienes han motivado esa forma de vivir. La segregación territorial, educativa, y social. La convergencia de las personas desiguales solo cuando se trata de transacciones de mercado. La autonomización de los políticos fuera de la vida social. La pérdida de nuestros derechos sociales, transformados en mercancías o abstracciones transables en el mercado de la especulación financiera. Esta forma de vivir tiene una historia que permite asignar nombres y responsabilidades.
La izquierda radical, particularmente en el sector estudiantil, ha acumulado un conjunto de diagnósticos que hoy crecen como sentido común: el empresariado como actor hegemónico y director de la vida social, la centro-izquierda partidista como el brazo político del empresariado, la derecha como la minoría beneficiada económica y políticamente por una dictadura sangrienta, la separación intencional de la vida política y el mundo social. Podemos mostrarnos resentidos porque entendemos quiénes son los creadores y los responsables de cómo se vive en el país, y porque entendemos que lo que se produce es un conjunto de humillaciones que significan la pérdida de la dignidad.
Es gracias al resentimiento que el marco de las ideas con que se rechaza el lucro en la educación está en amplitud. Al final, la gracia del empresariado es que ha podido decirle al país que todo está en venta, y que ellos son los dueños de lo que se vende.La Concertación y la derecha, Bachelet incluída, hizo de esta imposición una especie de sentido común entre sus cuadros políticos y sus representantes. Hoy es necesario debilitar sus argumentos e ideas. Ni la derecha ni la Concertación pueden justificar convincentemente las gracias del lucro. Los estudiantes han sabido mostrar públicamente que algo está mal en la vida misma que hemos heredado de la hegemonía empresarial y sus brazos políticos. No se trata solo de decir “no al lucro” en la educación. Se trata de impulsar que no se lucre con los derechos sociales básicos: la salud, la educación, la vivienda, las pensiones, el medio ambiente limpio. El lucro con estos derechos genera la humillación constante de quienes sufrimos la mercantilización de la vida. De allí al resentimiento hay solo un paso.
La búsqueda de salidas políticas a las demandas del movimiento estudiantil sigue siendo parte de lo que se construya en la calle con la multitud que colectivamente transforma el resentimiento en acción política. Quizá aún falta madurez para que el movimiento se constituya como un actor de la política formal. Pero es en el encuentro fraterno de la multitud donde eso tiene que ocurrir y madurar. El movimiento estudiantil tiene que nutrirse de lo social y transformarse en una posición política.
La candidatura de Michele Bachelet busca sustituir las capacidades políticas que se incuban en la multitud social que marcha. Por mucho que Bachelet diga “no al lucro en educación”, no hay que olvidar que su figura también es responsable de nuestra vida mercantilizada y “bonificada”. Es difícil aceptar la veracidad de una ex-presidenta que se quiere poner figurativamente con una bandera de “no al lucro” al frente de la marcha de los estudiantes. Esa búsqueda del encauzamiento institucional del conflicto educacional no tiene mucho de novedad. Bachelet lo hizo el 2006, administrando burocráticamente –sin solucionar a fondo- el conflicto de la Revolución Pingüina. Hasta ahora, la Concertación sigue siendo un brazo político del empresariado, y Bachelet es la candidata de la Concertación. Las ideas y demandas del movimiento estudiantil no son las ideas y demandas del empresariado.
Como dicen los estudiantes, el 2013 #NosVemosenlasCalles. ¿Se verá Bachelet en la calle?

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