viernes, 5 de abril de 2013

Beyer y la superación de la tecnocracia


Las siguientes notas son recomendaciones que emanan de artículos académicos de uno que otro think tank  o centro académico criollo.
“Se estima que en la situación actual no es recomendable suprimir el financiamiento compartido porque éste ha allegado importantes recursos a educación, pero además porque no es evidente que la prohibición de aportar a la educación de los hijos en el colegio inhiba a los padres de gastar en su educación.”
“La clave está en seleccionar adecuadamente a los directivos de las escuelas y liceos públicos y luego empoderarlos para que realicen una gestión orientada a los aprendizajes de los estudiantes. Por cierto, esa orientación debe ser apoyada desde fuera con exigencias específicas de desempeño de los estudiantes. Los directivos deben ser evaluados en función del cumplimiento de esas exigencias.”
“No hay tampoco aquí, entonces, desde el punto de vista de los desempeños educativos, razones para justificar un financiamiento especial para los establecimientos estatales.”
“Parece necesario, entonces, introducir cambios al régimen laboral de los docentes, asegurando algún grado mayor de libertad para los sostenedores públicos de educación.”
El factor común de las citas es que su autoría corresponde al hoy acusado-constitucionalmente ministro de educación de Sebastián Piñera, Harald Beyer.
Son propuestas que se lanzan desde la densidad de los datos, la discursividad persuasiva en la presentación de argumentos –con su manoseada “evidencia empírica”- y con la autoridad que otorga la producción constante depapers. Su ocasión no es irrelevante, todas son propuestas que se suman al gran coro académico que tuvo que salir a explicar el momento 2006, la Revolución Pingüina y su denuncia al sistema educativo, su institucionalidad, su desigualdad y segregación.
Los datos y la evidencia empírica con que se nutre la discusión académica se han transformado en la trinchera perfecta de los argumentos ideológicos de la derecha y un buen sector de la Concertación. La aparente neutralidad de este espacio de trabajo ha seducido a muchos que están en veredas opuestas de la representación partidista, pero que comparten profundas visiones culturales y posiciones sociales. Quizá sea por eso que varios académicos salieron a defender a Beyer en el preámbulo de la votación en la cámara. Quizá usaron todo lo que han aprendido para argumentarle al público lo inadecuado de la acusación constitucional, ya sea por su carácter político y no jurídico, o por su elogio a Beyer por su gestión.
Beyer, un político camuflado, ha sido pintado como un conocedor técnico de la educación chilena y sus problemas. Su producción académica avalaría su conocimiento y su “neutralidad”. Esto fue razón suficiente para que muchos pensaran que el conflicto de la educación podría resolverse si dejaran al académico trabajar en lo que sabe. Muchos hicieron bonitos elogios augurando una buena gestión, todo basado en sus credenciales académicas.
Beyer es un político de derecha, y eso no debemos olvidarlo. Su producción académica lo hace ver como un representante neutral de quienes “saben” y “han estudiado” la educación. La capacidad discursiva de enmascarar su ideología, como en las citas del principio de esta columna, ha sido bien vista por una clase política que se ha independizado de la sociedad, pero que la maneja y la domina mediante sus instituciones. La defensa de Beyer, esa que vemos en los medios de comunicación, no es solo la ilusión de neutralidad que nace del ejercicio de argumentación académica. La defensa de Beyer es la apología a un sector que le da conciencia propia al empresariado dominante: la tecnocracia. Es la intelectualidad que define la “calidad” en base a lo que necesita el empresariado, que define “libertad”en base a la libertad del empresariado, que define lo “bueno” en base a lo que es bueno para los empresarios. Es la intelectualidad que se beneficia de la producción en masa de la “ciencia” que justifica la venta de derechos sociales, como la educación. Esta tecnocracia es un conjunto de “trabajadores cognitivos” que se encargan de nutrir el andamiaje de “evidencia empírica” con que se justifica la imposición de una ideología que denigra y deshumaniza a las mayorías, quitándoles sus derechos a educarse, a estar sanos, a vivir en un medio ambiente limpio, a tener una vejez digna. Al mismo tiempo, esa intelectualidad idolatra a minorías que transforman esos derechos en mercancías.
Superar a la tecnocracia implica producir un relato sobre el rol explícito del conocimiento en la política y en la organización de nuestra vida. Implica también ser capaces de identificar los argumentos ideológicos que se esconden como evidencia “neutralizada”. Implica entender que los “problemas” se definen desde una perspectiva específica, y no desde el aparente consenso sobre conceptos tan vacíos como la “calidad” o la “excelencia”. Esa perspectiva específica requiere el posicionamiento en torno a demandas, que de neutras no tienen nada. La superación de la tecnocracia ha marcado un hito hoy con la acusación constitucional a Beyer. Ello porque Beyer representa, quizá sin intención, a ese grupo de intelectuales que se creen inmunes a la política e independientes de ésta. Al final, la tecnocracia no puede funcionar sin la política, y eso es un gran avance para entender donde están los defensores del lucro.

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