Anamnesis es una palabra que se usa en la jerga médica. No tiene sentido por sí sola si no la asociamos con la práctica de la medicina, y adquiere sentido (en especial para los médicos) si la ponemos junto a otras palabras como: información, paciente, entrevista clínica, historia médica, diagnóstico, antecedentes familiares, etc. Organometálico es una palabra usada en la jerga química. Hace sentido (para los químicos) cuando la unimos a otras, como compuesto orgánico, compuesto metálico, reacciones químicas, reacción de Grignard, etc. Esas dos palabras tienen un significado y representan un concepto en jergas profesionales específicas, cuyos contextos nos permiten discriminarlas como parte del marco de referencia que representan esas prácticas profesionales.
Si decimos la palabra/frase sala de clases, será fácil enmarcarla en diversas prácticas profesionales, pero si le añadimos otras palabras como notas, libro de clases, pupitre, alumnos, director, etc., la palabra sala de clases adquiere un significado particular que se enmarca dentro de la actividad docente, específicamente de un profesor. Los lingüistas cognitivos han estudiado esto del significado de las palabras en contextos específicos y estructuras gramaticales, haciendo importantes contribuciones en los últimos 30 años. Se postula que existen relaciones entre lo que uno expresa y las diferentes dimensiones del pensamiento que la expresión indica (sean éstas antropológicas, neurológicas, o cognitivas). Es así como nuestras comunicaciones, nuestra gramática, la forma en que usamos los verbos y vocabulario, dicen mucho de cómo pensamos y razonamos en diferentes contextos y tiempos. Nuestra capacidad de expresarnos metafóricamente aumenta a medida que hacemos sentido de nuestra experiencia concreta y diseñamos conceptos y marcos conceptuales para expresar abstracciones que se asumen como parte de nuestra experiencia, extendiendo así nuestra capacidad de expresión.
Para nosotros, los educados en escuelas tradicionales (y no tanto), enmarcar palabras que expresan experiencia concreta y conceptos relacionadas con una escuela es muchísimo más fácil que hacerlo con palabras relacionadas con contextos de otras profesiones distintas a la docente. En un post anterior me referí a el aprendizaje de observación como una importante idea que explica el por qué ser profesor puede parecer una tarea fácil. Hemos vivido durante años (12 o más si se atiende a toda la educación obligatoria en Chile) observando a los profesores y sus actos. Somos capaces de imitar los actos de un profesor y de imaginarnos cómo lo haríamos nosotros en su lugar, como si estuviésemos atendiendo a una obra teatral que ocurre diariamente en una sala de clases. Nos formamos una imagen del profesor y de la escuela en base a nuestra perspectiva de estudiantes, sin atender de manera empática con la labor docente, pues no entendemos el razonamiento detrás de los actos del profesor. Por eso es que el aprendizaje de observación no es en verdad un aprendizaje. Es un acto imitativo que marca por completo nuestras referencias hacia la profesión docente, y lo que expresamos respecto a éste da cuenta de cómo entendemos la profesión docente.
Además, nuestra perspectiva como estudiante nos permite identificar patrones y reglas que son reproducidos por todos los miembros y el espacio físico de las escuelas. Para un arquitecto diseñando una escuela no será necesario darle una charla sobre lo que una escuela es: salas de clases, un patio, la oficina del director, del inspector (cuando existe), un gimnasio si es que hay plata, una biblioteca (que en realidad es una sala de clases acondicionada como biblioteca), una sala de profesores, y quizás un laboratorio, baños de niños y de niñas. Si le dicen al ingeniero eléctrico, posiblemente pensará en tubos fluorescentes colgando de los techos en las salas, el timbre, y la sala de computación (cuando funciona). Si le preguntan al jefe de la unidad técnico pedagógica como organiza las clases, se verá que asume el conocimiento agrupado en asignaturas que tienen un determinado número de periodos de 45 minutos (en educación básica) y que están normalmente pareados en bloques de 1,5 horas, que se separan por recreos de 15 minutos. El profesor, a su vez, tiene que poner notas y hacer pruebas respecto al contenido que muchas veces es "entregado" de acuerdo a la forma en que le fue entregado a él (siguiendo los patrones del aprendizaje de observación). Los estudiantes vestimos (la mayoría de las veces) un uniforme que incluye zapatos negros, y, dependiendo de nuestro sexo, un pantalón gris y una camisa blanca, o un jumper azul marino y una blusa blanca bajo éste. Todos llegamos a las 8 de la mañana y nos vamos a las 1:45 de la tarde, sabemos que habrá una semana que no iremos a clases, y que las clases comienzan en marzo. Todos manejamos reglas con las que una escuela funciona, reglas que son tan replicables y cuyo diseño y práctica es tan fuerte que es difícil pensar una escuela sin esos componentes. A estas reglas y rituales se le ha llamado la gramática de la escolaridad.
Cuando se habla de reformas a la educación, todo (o casi todo) funciona en términos del marco que ofrece la gramática de la escolaridad. Hace poco vi que un senador sugirió crear una asignatura de prevención de drogas, con el fin de atacar educacionalmente el abuso de sustancias prohibidas, asumiendo que esa es la forma en que se puede introducir un cambio en la escuela. Por otro lado, la discusión que se viene fuerte para mejorar (reformar, en el fondo) la educación de profesores a nivel nacional invoca reglas que la gramática de la escolaridad describe (asignaturas, horas de clases, estudiantes por sala, directores, evaluaciones, etc.). Todos estos proyectos de reforma parecen funcionar bajo el marco histórico que mueve diariamente a las escuelas, y que los conceptos de aprendizaje de observación y gramática de la escolaridad resumen de manera tan clara. Pero a su vez añaden términos y palabras que hacen sentido en ciertos marcos de referencia, pero no en educación. Ya hice referencia al uso de la metáfora de las mediciones del aprendizaje, cuyo sentido es mejor entendido en contextos donde la mentada objetividad es más observable, y no tanto frente a ideas altamente subjetivas y que dependen de variables que a su vez son también subjetivas.
Uno de los desafíos de cualquier reforma que incluya la formación de profesores y las prácticas cotidianas de la profesión docente debe ser la comprensión más completa de los procesos de aprendizaje de observación y de la gramática de la escolaridad. Si bien muchos de los rituales escolares pueden ser defendidos en términos de su funcionalidad organizativa, es también cierto que representan a veces trabas que impiden innovaciones pedagógicas. Por otro lado, la falta de comprensión social que reciben los profesores respecto a su profesión puede estar sin duda arraigada en la visión de quiénes los vemos desde que somos infantes. Esta visión es tan fuerte que a veces puede no ser entendida incluso por quiénes hoy egresan a ser profesores, pues al estudiar en una universidad con ese fin, es posible que se hayan mantenido en presencia de las estructuras y actos que caracterizan a las estructuras y actos de la escolaridad, reproduciéndolos una vez que comienzan su práctica. Entender como pensamos respecto a la educación es un factor relevante para impulsar reformas educativas y explicarnos cuando éstas no funcionan.
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