Resulta que me sumí en una de esas discusiones de facebook que se arman cuando uno comenta una noticia. Son interesantes, porque a veces la forma con que se expresan derivan en una serie de reacciones que transforman un estatus o un link en una rica discusión que nos hacen reflexionar de forma más profunda respecto a lo que queremos comunicar. El comentario en cuestión hacía relación con la idea del Gobierno de implementar una prueba SIMCE para el idioma inglés, que sería rendida por los terceros medios a partir de este año. Yo inmediatamente califiqué la idea de imbécil, pues creo que es una pérdida de recursos y una innecesaria presión sobre los profesores. Un amigo, sin embargo, cuestionó mi descalificación, diciendo también que se convertiría en un primer paso para transformar a Chile en un país bilingüe. Sin embargo, lo que más me llama la atención es esa metáfora que parece ser invasiva en todo lo que signifique política educacional, esa idea de que los aprendizajes se pueden medir y que esa medición, cuando es alta, es algo bueno para el aprendizaje.
Las metáforas son construcciones del lenguaje que permiten expresar abstracciones en términos de experiencia concreta. Es así como podemos hablar de "mover una reunión", o de "construir un argumento." La experiencia concreta de medir con una huincha el largo de una tabla, o de medir con un termómetro la temperatura corporal nos permite estructurar la metáfora de la medición para cuestiones tan abstractas como la felicidad, la locura, o el aprendizaje. A pesar de la creatividad que se expresa en el dinamismo del lenguage que crea estas metáforas, las experiencias concretas tienen límites cuando intentan expresar subjetividades y abstracciones tan complejas, como es el caso del aprendizaje. ¿Cómo saber cuánto sabe alguien? ¿es siquiera válida esa pregunta? Para el mundo que creció con la tecnocracia estatal al amparo del libre mercado, gracias a su experiencia en cuantificar todo para ponerle un precio, o medirlo en términos de transacciones, es posible que todas las abstracciones puedan ser vistas en términos medibles. De acuerdo a ello, se puede medir la pobreza, la salud, la educación y muchas otras abtracciones sociales (la delincuencia, la justicia, el voto, etc.). Pero la verdad es que esas medidas son artificiales, responden a un diseño, y al serlo requieren de mayores explicaciones que el simple supuesto de que porque algo mide más es mejor (que es otra metáfora del lenguage).
La excesiva confianza que el Estado y sus funcionarios han puesto en las mediciones como indicadores de política educativa, en especial las mediciones SIMCE y PSU y las internacionales PISA y TIMMS, han implicado serios desafíos para el desarrollo pedagógico de las escuelas y los profesores. Se asume a los profesores como personas que implementan y ejecutan, más que profesionales creativos que resuelven problemas diariamente. Se cree, erróneamente, que una medición en una prueba es un juicio objetivo del aprendizaje, y no se considera que es sólo el desempeño en una prueba de alternativas que es un artificio humano tan subjetivo como la sensación de felicidad y seguridad. El Estado y sus funcionarios enjuician a las escuelas y profesores como culpables del desempeño en esas pruebas, pero las diversas correlaciones y estudios que se han hecho con sus resultados indican que otros factores son más determinantes en las mediciones. Por otro lado, las escuelas y sus profesores se ven obligados a responder como responsables de los puntajes de sus estudiantes, como si fuesen los únicos factores que expliquen que las mediciones resulten bajas. O sea, la metáfora funciona así: se puede medir el aprendizaje, y los que miden más son mejores, los que miden menos son peores. Pero al combinarla con otras metáforas de la medición, la expresión puede cambiar a: los que miden más son más ricos, los que miden menos son más pobres.
Mi impresión es que otra medición va ayudar a la élite a combinar las dos metáforas: va a enjuiciar a los pobres como los peores, y la causa de ello serán los profesores. Así ha sido hasta ahora, y no veo síntomas de cambio con este gobierno. La tecnocracia liberal, esa que cree en los méritos como forma de movilidad social, pretende medir los méritos en base a pruebas estandarizadas. Entienden el poder es en términos de credenciales, y al ser liberales creen que todos nacen iguales y con las mismas oportunidades de obtener esas credenciales. Eso no necesita diagnósticos para ser probado equivocado con la realidad concreta, la experiencia material. La lucha política no puede ser reducida a una medición, tiene que ser entendida como la disputa de proyectos de país, y en eso da lo mismo si es este gobierno o el anterior el que impuso la tecnocracia como forma de entender la disputa política.
Cuando le digo imbécil a la idea, le digo imbécil a la forma de extender artificalmente las metáforas en un campo tan complejo como lo es la educación. Añadir otra medición más no solo hace más fuerte a la posición tecnocrática y liberal que tanto beneficio otorga a los ricos y tanto toma de los pobres, sino que además debilita y oprime a uno de los elementos centrales de una buena educación: la creatividad pedagógica de los profesores. Así como es el lenguaje, resulta que la palabra imbécil es también una metáfora, más antigua eso si. Significa sin bastón y se usaba para designar a aquellos que no podían caminar sin apoyarse en los demás. Pues, bien, si seguimos con la metáfora, podemos decir que lo imbécil de la idea de insistir en medir aprendizajes como política es que nos hace ver que se requiere de muchos otros "demás" para apoyarse en la toma de decisiones para el escenario tan complejo como es el educativo. Pero, sinceramente, no creo que una prueba de inglés tenga otro resultado más decidor que el que ya sabemos, y por eso es que no debería implementarse. Caminos para el bilingüismo hay varios (luego lo comentaré en otro escrito, después de publicarlo en facebook), pero medir no es el inicio de uno bueno.
Saludos a todos.
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