miércoles, 18 de agosto de 2010

Educación 2020 y la Rabia

Leyendo una columna de Mario Waissbluth, el líder del movimiento ciudadano Educación 2020 me queda la sensación típica que ya he expresado antes: el conflicto de la educación con la tecnocracia. Yo no he firmado como adherente, a pesar de valorar la masividad que se le atribuye al movimiento a partir de muchos adherentes. No lo he hecho por varias razones, pero principalmente porque veo a veces en el discurso de Waissbluth una mezcla de paternalismo y arrogancia que considero altamente ofensiva hacia los profesores. La consigna que titulará su libro “Se acabó el recreo: la desigualdad en la educación” construye una impresión en la que se asume que muchos han estado sentados en sus pupitres, sin hacer nada por mejorar la educación, y parece ser un mensaje velado hacia los que son adjudicados como responsables de los resultados educativos: los profesores.


Pero para ser constructivo no es necesario ni apropiado quedarse en las consignas. Se nota que la discusión al interior del movimiento ha dado frutos que, si bien a veces se mezclan con la tecnocracia campante de la clase gobernante, pueden constituir bases de acuerdo con las cuáles poner a numerosos actores a trabajar. El diagnóstico de Educación 2020 respecto a la educación chilena y su estado se basa en pruebas internacionales e indicadores de desempeño educativo. Hablan de países avanzados o desarrollados sin detenerse a contemplar qué es lo que permite clasificar a un país como tal. A su vez, el diagnóstico se mezcla con un fuerte discurso contra la desigualdad educativa y contra la falta de acuerdos políticos que se basan en diferencias ideológicas difíciles de resolver en el corto plazo. Ambos temas son de carácter político, a pesar del esfuerzo que se haga en entenderlos como elementos separados de la política. El juicio de lo que constituye un país desarrollado, que se ve reforzado por los resultados en pruebas internacionales, nos sitúa en un espacio de lucha que no sabemos si hemos acordado en participar ¿Tiene Chile acaso un proyecto geopolítico sobre el cuál desarrollar comparaciones educativas? Si bien las comparaciones educativas son útiles, no pueden ser el único eje que articule la política pública del Estado en educación (o en cualquier otro tema), especialmente cuando solo se basa en mediciones estandarizadas. Reconozco sí que Educación 2020 ha construido con esas estadísticas un relato muy poderoso para ilustrar la desigualdad. Este último tema, la desigualdad, si parece tener un elemento más centrado en la política local, y en eso concuerdo con la sensación de rabia que expresa Waissbluth en su columna. Sería, sin embargo, apropiado extender la discusión más allá de la desigualdad puramente educativa, que es el elemento central de las discusiones y propuestas de Educación 2020. Para comprender el sistema educativo, especialmente el público, es necesario prestar atención a otros factores también, que por si solos pueden ayudar a contruir poderosos relatos como el que han construido en Educación 2020. La extrema segregación social, territorial y económica que vive nuestro país es una factor que no solo influye en los resultados educativos, sino que parece ser estructurante de su desigualdad, pero no forma parte de los temas del movimiento (por ahora).

Por otro lado, el grupo no profundiza, al igual que la clase política, en las descripciones de lo que significa un sistema de calidad, que queda entonces implícito en las mediciones que se citan. Los juicios quedan relegados a las comparaciones internacionales, que dan lugar a propuestas que buscan modificar formalidades que, si bien parecen necesarias, carecen de un eje articulador que vaya más allá de la consigna anti-desigualdad y depositan una extrema confianza en sistemas de regulación que se toman por sentados como de calidad. Es necesario escrutar los elementos que articulan la desigualdad, más allá de la institucionalidad educativa y su marco regulatorio. Ello hace que las medidas que Educación 2020 propone, en gran parte, intenten resolver problemas recurrentes para la clase política con ideas que asumen la escuela como un corrector de desigualdades, cuando en la práctica lo que la evidencia entrega es que las escuelas mas bien reproducen y estructuran las desigualdades (si no me cree, échele un vistazo a los semáforos SIMCE).

Mi prejuicio negativo hacia la tecnocracia me lleva a ver las propuestas de Educación 2020 sin novedad alguna, faltas de frescura ideológica, lo que quizás les otorga tanta valoración de parte de la clase política. El mismo Mario Waissbluth reconoce aquella valoración, y la motivación que le han dado los políticos para seguir adelante. Me cuesta ver en Educación 2020 un nuevo aire de revolución educativa, y veo más bien la expresión política y ciudadana del ethos de la tecnocracia, con los tintes de discurso que resalta la cuestión social que ya ha sido y sigue siendo denunciada por los estudiantes y diversos grupos organizados a lo largo del país, lo que le otorga la amplitud y legitimidad que necesita el movimiento. Creo que si el movimiento Educación 2020 quiere que se acabe el recreo debe considerar otros elementos diagnósticos de la calidad educativa y reflexionar respecto de las definiciones que vayan más allá de las comparaciones internacionales. Con el potencial de expansión ciudadana, el movimiento podría motivar discusiones riquísimas respecto al proyecto país que se quiere impulsar con la educación, y no solo asumir que la clasificación de un país como desarrollado o avanzado (que es artificial e intrinsecamente política) implique automáticamente que existe un sistema educativo igualitario. Asimismo, el esfuerzo de separarse de la política cuando se habla de educación es fútil, pues la educación representa justamente eso: la disputa de proyectos de sociedad que tienen sus bases en ideologías específicas. A pesar de no querer parecerlo o hacerlo, Educación 2020 va a ser capitalizado por alguna ideología, y no se podrá excluir de la acción política para impulsar su agenda.

Es de esperar que el señor Waissbluth y la rabia que el mismo reconoce que crece mientras más aprende se transforme en acciones más reveladoras a medida que el movimiento político que lidera se llene también de esa rabia. Tal vez tendremos un movimiento rebelde, como decía Jorge González y un amigo mío en facebook hace poco: "la rebeldía no es estar disconforme, ni copiar a los gringos, no es estar liberado sexualmente... ser un rebelde es tener rabia!" Unámonos en la rabia entonces.

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